jueves, 24 de marzo de 2011

Aplausos

Sin que nos suene raro, suele ocurrir que los grandes grupos políticos se esmeran en definir ciertos límites, en posicionarse por oposición (nótese la estupidez que se deriva de la pseudo-tautología). Me vienen a la cabeza los recurrentes aplausos del grupo político a su orador, sea cual sea el orador, siendo el caso más interesante el de las Cámaras, con ese cara a cara donde en ocasiones desde uno u otro sector del hemiciclo más que argumentos se manejan datos maquillados o parciales y dardos sintácticos. Cualquier buena pregunta puede ser destrozada por abstracciones que hay quien se empeña en denominar respuestas. Cualquier alusión personal hecha en un tono jocoso, alocuciones culturetas, fruslerías pseudo-inteligentes, ironías finas, gruesas o medias, etc., sirven para triunfar en esa cuestión o debate. Cualquier lucidez o estupidez recibe el aplauso del grupo, lo cual nos hace pensar que el aplauso para ellos no significa nada inteligente ni ciertamente inteligible, cuanto menos. Se elude el aplauso lógico, sus señorías (curioso nombre), los parlamentarios, diputados, senadores y demás fauna cameral, priman el aplauso (llamémosle) psicológico. Yo lo entiendo como algo más ancestral, tiene función de intimidar, de minar el ánimo del rival (¿por qué se entienden como rivales?), de imitar el modelo de tertulia de Tele5, donde el que más grita más razón dice que lleva; me recuerda a lo que cuentan del toque marcial de las gaitas de guerra, donde lo que importaba no era la música, era la intimidación del (aquí sí) rival, en este caso lo que importa no es el significado del aplauso implica su instrumentación contra alguien. Da igual la calaña de la estupidez o lo grandioso del acierto del orador, el aplauso suele ser el mismo, el aplauso no significa nada… bueno, en situaciones flagrantes (que las hay) dice mucho de la estupidez de sus señorías, y me remito al tema del Metrobús, por concretar algo, por mensurar la ilógica de la realidad política, y sabiendo pocos políticos están libres de ciertos aplausos.
¿Veremos alguna vez aplausos repartidos en gente dispersa de diversos grupos políticos? Sería un avance hacia la huida de ese simplismo de compartimentos, de ese odiable reduccionismo des-diversificante.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Poder

Con todas las expectativas que pudiera levantar este tema, realmente es muy fácil de plantear en sus términos principales. Para mí la cuestión fundamental se reduce a saber el precio al que compramos el poder en los procesos políticos.
El poder permite cambiar las cosas, pero la gran fuerza que tiene el poder es que también tiende a cambiar al que lo ejerce.
Planteado en términos más políticos:
1. El buen político prima a la sociedad por encima de sus intereses.
2. El político llega a tener (más o menos) poder.
3. El poder nos cambia a nivel de Ego, potenciándolo
4. El ego tiende a acentuar (obviamente) el yo en detrimento del tú (del resto)
5. Pueden aparecer invitados no deseados: deseos de visibilidad, afán de protagonismo, sensación de poder (que lo separaría del ejercicio del poder), sentimiento de invulnerabilidad, alteración en la percepción de la justicia de una forma auto-reflexiva (me lo he ganado con mi trabajo, sólo le he echado una mano, me lo merezco), etc.
6. Los “invitados” pueden ocupar al huésped y predominar sobre él (en ese caso el mal-político)
Esto, lógicamente, no tiene por qué ser así, es solamente que puede ser así y conviene tenerlo muy presente, porque entrando en esas espirales las facultades de percepción se alteran con facilidad.
Digamos que hay gente que a través de su vivir cambia la vida, gente a la que le cambia la vida, y gente como yo, que hacemos lo que podemos, e incluso menos.
Pero quedan aún cuestiones: ¿el partido político debe perseguir el cambio de las cosas o el poder para conseguir el cambio de las cosas? ¿hablamos de lo mismo o hay matices? Evidentemente las cosas no se cambian si no se pueden cambiar, es pura retórica y además es así, el poder se necesita. Y en este tema no ofrezco respuesta, el poder debe controlarse, ¿pero quién? ¿cómo? Y el clásico: ¿quién controla a los que controlan? Etc.